martes, 23 de marzo de 2010

Antonio Skármeta - El baile de la victoria

Archivo:Cunni.png

"Los dedos de Victoria recorren el rostro de Santiago. Sobre la ciudad se levanta leve la madrugada. Los ruidos se repliegan. Hay un silencio casi completo. Sólo de vez en cuando suena lejos la sirena de una ambulancia, o trota un caballo y su carreta con los comerciantes en frutas que llevan limones a la Vega, o la llama de la estufa a gas produce una suave explosión.
Hace varios minutos que ella repite ese gesto, como si su tacto pudiera llevarla dentro de la ausencia del joven. Está feliz en ese mutismo. Pero también quiere saber. Necesita de alguna manera que la elocuencia de ese silencio sea expresada en palabras, aunque no sean precisas, aún corriendo el riesgo de que la torpeza de sus labios adulteren la plenitud de ese instante y dañen la complicidad que la une a Ángel Santiago tan solemne como un anillo nupcial.
El joven se deja hacer. No aparta la mirada de ella y , sentado en posición de loto, intenta no pensar. Quiere suprimir la compulsión por proyectarse en otra parte, pero no lo consigue. El plan con el maestro Vergara Grey no lo acosa con la urgencia de otros días. No sabe como aclararlo, pero lo intenta. Se le ocurre esto: Victoria fue quien bailó, pero él ahora es dueño del reposo que sigue a la danza. Después de esa ceremonia el mundo no es el mismo. Tiene que repensar todo lo que es.
Ella si quiere pensar y piensa. Es como si el futuro hubiera henchido el presente y lo llenara. La sensación de estar aquí es completa. Todo le hace sentido, y por eso no tiene la compulsión de preguntarse que sentido hace todo esto. Recuesta al muchacho sobre la colchoneta y baja con los labios desde su quijada hasta el ombligo. Allí se queda vagabunda con su lengua. Sus dedos palpan los espacios entre las costillas. La respiración de él se agita, y al inflar su tórax los vellos sobre su pecho alcanzan a recibir de perfil el resplandor de la estufa y toman un tono ocre.
La sala inmensa, la noche es íntima. Los invitados se fueron dejando dispersos los vasos donde se bebió vino, las botellas caídas del armario, la radio con el dial encendido sin volumen, los huesos del pavo sobre la bandeja de plástico, los restos de lechuga aliñados con vinagre rojo. Las parejas esta muy cerca de las barras de ejercicios, y él recapacita que tras de salir de la cárcel no ha tenido otro hogar que este galpón de baile que Ruth Ulloa llama " academia de ballet".
¿Por qué Victoria quería prolongar hasta el dolor el placer de merodear su sexo y no lo tomaba ya en su boca? Alejaba sus labios hacia las rodillas, mordía levemente su fortaleza ósea, rodaba su la lengua sobre la piel del fémur, restregaba la nariz encima de los talones, untaba de saliva las plantas de sus pies, hacía chocar sus dientes frutales contra los montículos de sus tobillos, y sus senos henchidos por la autoridad de la calentura, asomaban una y otra vez en esa suerte de oleaje que iba trayendo y llevando sus caricias.
Casi con una pirueta, el joven la prendió de la cintura, la puso bajo su cuerpo, resbaló una de sus manos hasta la cavidad de su vientre e inspirado por esa humedad estuvo un rato merodeándole el clítoris, convenciéndose de que era real el vértigo de la piel de una uva. No pudo resistir ese hechizo y descendíó a olerlo y a besarlo, a enredarlo en su lengua, y a apretarlo muy leve entre la abertura de sus dientes superiores. El recuerdo de su danza le inspiraba tanto la acción como el control, y la suavidad de la saliva mezclándose con sus fluidos hizo que no perdiera ya más de vista el camino del deseo.
Entonces fue ella la que dictaminó el momento, llevando con su mano derecha el miembro de Ángel a la vagina; fue ella quien se lo acomodo empujando las nalgas hacia adelante, y fue ella misma la que, al pesarlo rotundo en su vientre, puso en acción sus muslos y sus membranas para apretárselo tan calzado que las pulsaciones de su verga y las de sus paredes se combinaron en una especie de tango. Un pas de deux que le exigió a su boca la palabra que hasta ahora no había dicho:
_Gracias.

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