Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.
miércoles, 31 de marzo de 2010
Carilda Oliver Labra - ME DESORDENO, AMOR, ME DESORDENO
sábado, 27 de marzo de 2010
MIGUEL HERNÁNDEZ. BOCA
Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!
Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.
He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.
martes, 23 de marzo de 2010
BIENVENIDO...
Sus pensamientos volaban inquietos... no quería que nada quedara al azar..La ducha le había sentado bien...el correr del agua por su cuerpo, la suavidad de su esponja recorriendo la piel le había dejado una extraña, pero agradable sensación... Depiló a conciencia sus piernas... su sexo... dejando apenas un pequeño hilo de vello... sabía que eso le encantaba... tanto, como la lencería que solía usar...
Era todo un placer ese ritual que le llevaba un tiempo... unas gotas de perfume tras sus orejas, en la nuca, en medio de sus senos, por detrás de sus rodillas... El minúsculo sujetador de encaje que realzaba sus senos, un tanga que tapaba lo justo como para intuir lo que se escondía en él... la suavidad de sus medias en perfecta armonía con la de sus piernas... Y sonreía... él tardaría mucho menos en hacer desaparecer todas esas prendas que ella en adaptarlas a su cuerpo...
El sonido del timbre en la puerta le avisó de su llegada...
Un largo y húmedo beso fue su saludo...Avanzó frente a ella para dejarla entre la pared y su boca... Sintió una mano acariciando su espalda, bajando hasta las nalgas descubiertas por el pequeño tanga... Otra se adentró por dentro de su blusa... masajeaba sus pechos... pellizcaba sus pezones que reaccionaron ante la suavidad y urgencia de esos roces...
Comenzó a deslizar los labios por su cuello, por sus pechos... los lamía y mordisqueaba con habilidad... y ella sentía cómo se deshacía en medio de gemidos de placer... descendía y descendía mientras abría más sus piernas en un impulso incontrolable... quería que llegara a calmar el fuego que sentía entre ellas... que bebiera de la esencia que hacía rato emanaba de su ser...
A él le gustaba prolongar esa dulce agonía... se acercaba muy despacio... abriendo con sus dedos su sexo para dejar a la vista su rosado clítoris... pasando la lengua lentamente de arriba hacia abajo... de abajo hacia arriba... buscando el punto donde ebulle el fuego de la lujuria, del deseo...mordisqueaba, succionaba, lamía con una lengua insaciable... adentrándola, saboreándola... En segundos un escalofrío recorrió su espalda...se desbordó como agua de río que él no dejaba de beber...hasta la última gota...
Deseaba corresponder a sus caricias... disfrutaba tanto como recibirlas... Ahora era ella la que se inclinaba de rodillas... a la altura de su boca se encontraba un sexo palpitante, erecto, duro, caliente, apetecible...
Se apoderó de él con sus manos para acercarlo más a sus labios...lascivamente lo pasó por ellos... sacó su lengua para que resbalara en toda su extensión... disfrutaba de su dulce sabor salado... dibujaba formas indefinidas, círculos, zig zag... el mundo se detuvo por un instante, concentrándose en lo que tenía dentro de su boca y que alcanzaba su garganta para luego salir, respirar, coger aire y volver a devorar...
El silencio se hizo patente cuando él derramó sobre ella toda la tensión acumulada tras un maravilloso orgasmo...
-Bienvenido a casa...
Amantehades.
Antonio Skármeta - El baile de la victoria
"Los dedos de Victoria recorren el rostro de Santiago. Sobre la ciudad se levanta leve la madrugada. Los ruidos se repliegan. Hay un silencio casi completo. Sólo de vez en cuando suena lejos la sirena de una ambulancia, o trota un caballo y su carreta con los comerciantes en frutas que llevan limones a la Vega, o la llama de la estufa a gas produce una suave explosión.
Hace varios minutos que ella repite ese gesto, como si su tacto pudiera llevarla dentro de la ausencia del joven. Está feliz en ese mutismo. Pero también quiere saber. Necesita de alguna manera que la elocuencia de ese silencio sea expresada en palabras, aunque no sean precisas, aún corriendo el riesgo de que la torpeza de sus labios adulteren la plenitud de ese instante y dañen la complicidad que la une a Ángel Santiago tan solemne como un anillo nupcial.
El joven se deja hacer. No aparta la mirada de ella y , sentado en posición de loto, intenta no pensar. Quiere suprimir la compulsión por proyectarse en otra parte, pero no lo consigue. El plan con el maestro Vergara Grey no lo acosa con la urgencia de otros días. No sabe como aclararlo, pero lo intenta. Se le ocurre esto: Victoria fue quien bailó, pero él ahora es dueño del reposo que sigue a la danza. Después de esa ceremonia el mundo no es el mismo. Tiene que repensar todo lo que es.
Ella si quiere pensar y piensa. Es como si el futuro hubiera henchido el presente y lo llenara. La sensación de estar aquí es completa. Todo le hace sentido, y por eso no tiene la compulsión de preguntarse que sentido hace todo esto. Recuesta al muchacho sobre la colchoneta y baja con los labios desde su quijada hasta el ombligo. Allí se queda vagabunda con su lengua. Sus dedos palpan los espacios entre las costillas. La respiración de él se agita, y al inflar su tórax los vellos sobre su pecho alcanzan a recibir de perfil el resplandor de la estufa y toman un tono ocre.
La sala inmensa, la noche es íntima. Los invitados se fueron dejando dispersos los vasos donde se bebió vino, las botellas caídas del armario, la radio con el dial encendido sin volumen, los huesos del pavo sobre la bandeja de plástico, los restos de lechuga aliñados con vinagre rojo. Las parejas esta muy cerca de las barras de ejercicios, y él recapacita que tras de salir de la cárcel no ha tenido otro hogar que este galpón de baile que Ruth Ulloa llama " academia de ballet".
¿Por qué Victoria quería prolongar hasta el dolor el placer de merodear su sexo y no lo tomaba ya en su boca? Alejaba sus labios hacia las rodillas, mordía levemente su fortaleza ósea, rodaba su la lengua sobre la piel del fémur, restregaba la nariz encima de los talones, untaba de saliva las plantas de sus pies, hacía chocar sus dientes frutales contra los montículos de sus tobillos, y sus senos henchidos por la autoridad de la calentura, asomaban una y otra vez en esa suerte de oleaje que iba trayendo y llevando sus caricias.
Casi con una pirueta, el joven la prendió de la cintura, la puso bajo su cuerpo, resbaló una de sus manos hasta la cavidad de su vientre e inspirado por esa humedad estuvo un rato merodeándole el clítoris, convenciéndose de que era real el vértigo de la piel de una uva. No pudo resistir ese hechizo y descendíó a olerlo y a besarlo, a enredarlo en su lengua, y a apretarlo muy leve entre la abertura de sus dientes superiores. El recuerdo de su danza le inspiraba tanto la acción como el control, y la suavidad de la saliva mezclándose con sus fluidos hizo que no perdiera ya más de vista el camino del deseo.
Entonces fue ella la que dictaminó el momento, llevando con su mano derecha el miembro de Ángel a la vagina; fue ella quien se lo acomodo empujando las nalgas hacia adelante, y fue ella misma la que, al pesarlo rotundo en su vientre, puso en acción sus muslos y sus membranas para apretárselo tan calzado que las pulsaciones de su verga y las de sus paredes se combinaron en una especie de tango. Un pas de deux que le exigió a su boca la palabra que hasta ahora no había dicho:
_Gracias.
Hace varios minutos que ella repite ese gesto, como si su tacto pudiera llevarla dentro de la ausencia del joven. Está feliz en ese mutismo. Pero también quiere saber. Necesita de alguna manera que la elocuencia de ese silencio sea expresada en palabras, aunque no sean precisas, aún corriendo el riesgo de que la torpeza de sus labios adulteren la plenitud de ese instante y dañen la complicidad que la une a Ángel Santiago tan solemne como un anillo nupcial.
El joven se deja hacer. No aparta la mirada de ella y , sentado en posición de loto, intenta no pensar. Quiere suprimir la compulsión por proyectarse en otra parte, pero no lo consigue. El plan con el maestro Vergara Grey no lo acosa con la urgencia de otros días. No sabe como aclararlo, pero lo intenta. Se le ocurre esto: Victoria fue quien bailó, pero él ahora es dueño del reposo que sigue a la danza. Después de esa ceremonia el mundo no es el mismo. Tiene que repensar todo lo que es.
Ella si quiere pensar y piensa. Es como si el futuro hubiera henchido el presente y lo llenara. La sensación de estar aquí es completa. Todo le hace sentido, y por eso no tiene la compulsión de preguntarse que sentido hace todo esto. Recuesta al muchacho sobre la colchoneta y baja con los labios desde su quijada hasta el ombligo. Allí se queda vagabunda con su lengua. Sus dedos palpan los espacios entre las costillas. La respiración de él se agita, y al inflar su tórax los vellos sobre su pecho alcanzan a recibir de perfil el resplandor de la estufa y toman un tono ocre.
La sala inmensa, la noche es íntima. Los invitados se fueron dejando dispersos los vasos donde se bebió vino, las botellas caídas del armario, la radio con el dial encendido sin volumen, los huesos del pavo sobre la bandeja de plástico, los restos de lechuga aliñados con vinagre rojo. Las parejas esta muy cerca de las barras de ejercicios, y él recapacita que tras de salir de la cárcel no ha tenido otro hogar que este galpón de baile que Ruth Ulloa llama " academia de ballet".
¿Por qué Victoria quería prolongar hasta el dolor el placer de merodear su sexo y no lo tomaba ya en su boca? Alejaba sus labios hacia las rodillas, mordía levemente su fortaleza ósea, rodaba su la lengua sobre la piel del fémur, restregaba la nariz encima de los talones, untaba de saliva las plantas de sus pies, hacía chocar sus dientes frutales contra los montículos de sus tobillos, y sus senos henchidos por la autoridad de la calentura, asomaban una y otra vez en esa suerte de oleaje que iba trayendo y llevando sus caricias.
Casi con una pirueta, el joven la prendió de la cintura, la puso bajo su cuerpo, resbaló una de sus manos hasta la cavidad de su vientre e inspirado por esa humedad estuvo un rato merodeándole el clítoris, convenciéndose de que era real el vértigo de la piel de una uva. No pudo resistir ese hechizo y descendíó a olerlo y a besarlo, a enredarlo en su lengua, y a apretarlo muy leve entre la abertura de sus dientes superiores. El recuerdo de su danza le inspiraba tanto la acción como el control, y la suavidad de la saliva mezclándose con sus fluidos hizo que no perdiera ya más de vista el camino del deseo.
Entonces fue ella la que dictaminó el momento, llevando con su mano derecha el miembro de Ángel a la vagina; fue ella quien se lo acomodo empujando las nalgas hacia adelante, y fue ella misma la que, al pesarlo rotundo en su vientre, puso en acción sus muslos y sus membranas para apretárselo tan calzado que las pulsaciones de su verga y las de sus paredes se combinaron en una especie de tango. Un pas de deux que le exigió a su boca la palabra que hasta ahora no había dicho:
_Gracias.
AMO MI CUERPO CUANDO ESTÁ CON TU CUERPO (E.E. Cummings)
Amo mi cuerpo
cuando está con tu cuerpo,
es un cuerpo tan nuevo
de superiores músculos y
estremecidos nervios.
cuando está con tu cuerpo,
es un cuerpo tan nuevo
de superiores músculos y
estremecidos nervios.
Amo tu cuerpo, amo sus actos,
amo sus preguntas, amo...
palpar las vértebras de tu cuerpo
y tus huesos, y la estremecida
firme suavidad a la que quiero
una y otra vez besar.
amo sus preguntas, amo...
palpar las vértebras de tu cuerpo
y tus huesos, y la estremecida
firme suavidad a la que quiero
una y otra vez besar.
Amo este beso,
esto y aquello de ti, quiero frotar
suavemente el sacudido vello
de tu eléctrica piel, y lo que sea
que acabe en dividida carne...
y los grandes ojos, trozos de amor,
y tal vez la estremecida emoción
tan siempre renovada
de estar sobre ti
esto y aquello de ti, quiero frotar
suavemente el sacudido vello
de tu eléctrica piel, y lo que sea
que acabe en dividida carne...
y los grandes ojos, trozos de amor,
y tal vez la estremecida emoción
tan siempre renovada
de estar sobre ti
Desnuda aún, te habías levantado - Tomás Segovia
Desnuda aún, te habías levantado
del lecho, y por los muslos te escurría,
viscoso y denso, tibio todavía,
mi semen de tu entrada derramado.
Encendida y dichosa, habías quedado
de pie en la media luz, y en tu sombría
silueta, bajo el sexo relucía
un brillo astral de mercurio exudado.
Miraba el tiempo absorto, en el espejo
de aquel instante, una figura suya
definitiva y simple como un nombre:
mi semen en tus muslos, su reflejo
de lava mía en luz de luna tuya
alba geológica en mujer y hombre.
del lecho, y por los muslos te escurría,
viscoso y denso, tibio todavía,
mi semen de tu entrada derramado.
Encendida y dichosa, habías quedado
de pie en la media luz, y en tu sombría
silueta, bajo el sexo relucía
un brillo astral de mercurio exudado.
Miraba el tiempo absorto, en el espejo
de aquel instante, una figura suya
definitiva y simple como un nombre:
mi semen en tus muslos, su reflejo
de lava mía en luz de luna tuya
alba geológica en mujer y hombre.
Entre los tibios muslos te palpita... - Tomás Segovia
Entre los tibios muslos te palpita
un negro corazón febril y hendido
de remoto y sonámbulo latido
que entre oscuras raíces se suscita;
un corazón velludo que me invita,
más que el otro cordial y estremecido,
a entrar como en mi casa o en mi nido
hasta tocar el grito que te habita.
Cuando yaces desnuda toda, cuando
te abres de piernas ávida y temblando
y hasta tu fondo frente a mí te hiendes,
un corazón puedes abrir, y si entro
con la lengua en la entrada que me tiendes,
puedo besar tu corazón por dentro.
un negro corazón febril y hendido
de remoto y sonámbulo latido
que entre oscuras raíces se suscita;
un corazón velludo que me invita,
más que el otro cordial y estremecido,
a entrar como en mi casa o en mi nido
hasta tocar el grito que te habita.
Cuando yaces desnuda toda, cuando
te abres de piernas ávida y temblando
y hasta tu fondo frente a mí te hiendes,
un corazón puedes abrir, y si entro
con la lengua en la entrada que me tiendes,
puedo besar tu corazón por dentro.
Dime mujer - Tomás Segovia
Dime mujer dónde escondes tu misterio
mujer agua pesada volumen transparente
más secreta cuanto más te desnudas
cuál es la fuerza de tu esplendor inerme
tu deslumbrante armadura de belleza
dime no puedo ya con tantas armas
mujer sentada acostada abandonada
enséñame el reposo el sueño y el olvido
enséñame la lentitud del tiempo
mujer tú que convives con tu ominosa carne
como junto a un animal bueno y tranquilo
mujer desnuda frente al hombre armado
quita de mi cabeza este casco de ira
cálmame cúrame tiéndeme sobre la fresca tierra
quítame este ropaje de fiebre que me asfixia
húndeme debilítame envenena mi perezosa sangre
mujer roca de la tribu desbandada
descíñeme estas mallas y cinturones de rigidez y miedo
con que me aterro y te aterro y nos separo
mujer oscura y húmeda pantano edénico
quiero tu ancha olorosa robusta sabiduría
quiero volver a la tierra y sus zumos nutricios
que corren por tu vientre y tus pechos y que riegan tu carne
quiero recuperar el peso y la rotundidad
quiero que me humedezcas me ablandes me afemines
para entender la feminidad la blandura húmeda del mundo
quiero apoyada la frente en tu regazo materno
traicionar al acerado ejército de los hombres
mujer cómplice única terrible hermana
dame la mano volvamos a inventar el mundo los dos solos
quiero no apartar nunca de ti los ojos
mujer estatua hecha de frutas paloma crecida
déjame siempre ver tu misteriosa presencia
tu mirada de ala y de seda y de lago negro
tu cuerpo tenebroso y radiante plasmado de una vez sin titubeos
tu cuerpo infinitamente más tuyo que para mí el mío
y que entregas de una vez sin titubeos sin guardar nada
tu cuerpo pleno y uno todo iluminado de generosidad
mujer mendiga pródiga puerto del loco Ulises
no me dejes olvidar nunca tu voz de ave memoriosa
tu palabra imantada que en tu interior pronuncias siempre desnuda
tu palabra certera de fulgurante ignorancia
la salvaje pureza de tu amor insensato
desvariado sin freno brutalizado enviciado
el gemido limpísimo de la ternura
la pensativa mirada de la prostitución
la clara verdad cruda
del amor que sorbe y devora y se alimenta
el invisible zarpazo de la adivinación
la aceptación la comprensión la sabiduría sin caminos
la esponjosa maternidad terreno de raíces
mujer casa del doloroso vagabundo
dame a morder la fruta de la vida
la firme fruta de luz de tu cuerpo habitado
déjame recostar mi frente aciaga
en tu grave regazo de paraíso boscoso
desnúdame apacíguame cúrame de esta culpa ácida
de no ser siempre armado sino sólo yo mismo.
mujer agua pesada volumen transparente
más secreta cuanto más te desnudas
cuál es la fuerza de tu esplendor inerme
tu deslumbrante armadura de belleza
dime no puedo ya con tantas armas
mujer sentada acostada abandonada
enséñame el reposo el sueño y el olvido
enséñame la lentitud del tiempo
mujer tú que convives con tu ominosa carne
como junto a un animal bueno y tranquilo
mujer desnuda frente al hombre armado
quita de mi cabeza este casco de ira
cálmame cúrame tiéndeme sobre la fresca tierra
quítame este ropaje de fiebre que me asfixia
húndeme debilítame envenena mi perezosa sangre
mujer roca de la tribu desbandada
descíñeme estas mallas y cinturones de rigidez y miedo
con que me aterro y te aterro y nos separo
mujer oscura y húmeda pantano edénico
quiero tu ancha olorosa robusta sabiduría
quiero volver a la tierra y sus zumos nutricios
que corren por tu vientre y tus pechos y que riegan tu carne
quiero recuperar el peso y la rotundidad
quiero que me humedezcas me ablandes me afemines
para entender la feminidad la blandura húmeda del mundo
quiero apoyada la frente en tu regazo materno
traicionar al acerado ejército de los hombres
mujer cómplice única terrible hermana
dame la mano volvamos a inventar el mundo los dos solos
quiero no apartar nunca de ti los ojos
mujer estatua hecha de frutas paloma crecida
déjame siempre ver tu misteriosa presencia
tu mirada de ala y de seda y de lago negro
tu cuerpo tenebroso y radiante plasmado de una vez sin titubeos
tu cuerpo infinitamente más tuyo que para mí el mío
y que entregas de una vez sin titubeos sin guardar nada
tu cuerpo pleno y uno todo iluminado de generosidad
mujer mendiga pródiga puerto del loco Ulises
no me dejes olvidar nunca tu voz de ave memoriosa
tu palabra imantada que en tu interior pronuncias siempre desnuda
tu palabra certera de fulgurante ignorancia
la salvaje pureza de tu amor insensato
desvariado sin freno brutalizado enviciado
el gemido limpísimo de la ternura
la pensativa mirada de la prostitución
la clara verdad cruda
del amor que sorbe y devora y se alimenta
el invisible zarpazo de la adivinación
la aceptación la comprensión la sabiduría sin caminos
la esponjosa maternidad terreno de raíces
mujer casa del doloroso vagabundo
dame a morder la fruta de la vida
la firme fruta de luz de tu cuerpo habitado
déjame recostar mi frente aciaga
en tu grave regazo de paraíso boscoso
desnúdame apacíguame cúrame de esta culpa ácida
de no ser siempre armado sino sólo yo mismo.
EL TEMBLOR (Jose Ángel Valente)
La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz,
bajar, lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras
que me separan de tu cuerpo ausente.
Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.
Bebo, te bebo en las mansiones
líquidas del paladar y en la humedad
radiante de tus ingles, mientras
tu propia lengua me recorre y baja,
retráctil y prensil,
como la lengua oscura de la lluvia.
La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta