viernes, 12 de febrero de 2010

Antonio Gala - El manuscrito carmesí

Los cristianos han apresado a Boabdil, último sultán del reino árabe de Granada.

Me llama la atención, a primera vista, que los cristianos no se recreen con el agua; la utilizan para beber, y apenas. Nosotros, quizá por un recuerdo atávico y colectivo del desierto, la veneramos: nuestro lujo consiste en admirarla y escucharla correr, en extasiarnos ante los surtidores, en contemplar cómo la luz la traspasa y la irisa, en ver nuestros jardines y nuestros rostros reflejados en las verdes albercas, en administrarla en los riegos de nuestra agricultura, y en adivinarla bajo el aroma de las flores. Los cristianos no huelen (mejor será decir que no tienen olfato). Nosotros nos bañamos y nos perfumamos; ellos consideran pecado tales hábitos; las casas de baños son para ellos las antesalas del infierno, o acaso el mismo infierno. Todo es tosco y elemental entre ellos. Comen cuando pueden y lo que pueden, sea o no impuro; adoran a su Dios sin lavarse las manos y con las uñas descuidadas y sucias, y cuando van a la guerra, sus soldados van para saciar su hambre, no para defender algo. Su sentido de la intimidad también es tosco. Evoco a menudo -y hace sólo unos días que estoy preso- el vapor de los baños, la humedad goteando sobre los azulejos, el enternecimiento de la música y de la luz coloreada por las claraboyas, la tersura de la piel penetrada por el calor y los masajes, el aroma del humo que sale por los umbrales perforados desde los pebeteros subterráneos, e impregna nuestras ropas livianas.

El manuscrito carmesí

No hay comentarios:

Publicar un comentario